Cuentos del día a día

Una pequeña-gran historia con Venezuela

Cualquiera que transite por esta loca ciudad en los últimos días conoce historias que vienen de Venezuela. Ya sea en la tienda del barrio, en los puntos de venta callejeros o en la peluquería de la esquina, los miles de recién llegados cuentan relatos personales cargados de gratitud y de impotencia a quien esté dispuesto a escuchar. Narran situaciones de verdadero terror, límites, que también desprenden una inmensa voluntad por salir adelante a pesar de la soledad, de la incertidumbre, del desarraigo, de la xenofobia.

La historia que voy a contarles me sucedió hace unas semanas al subir a un taxi que manejaba un migrante venezolano, una circunstancia que siendo bastante común, se convirtió en una chévere anécdota. Acababa de instalarme en el asiento trasero del auto amarillo, distraída con el tumulto de las calles de Quito, cuando el conductor se dirigió a mí para preguntarme si podía compartir algo conmigo. Todavía a la expectativa de qué fuera a suceder, le dije resuelta que sí y me mostró la pantalla de su teléfono móvil. Se trataba de un vídeo casero en el que un bebé dormitaba sobre una cobija. Era su primer nieto, nacido apenas unos minutos antes en Venezuela. Entre risas y lágrimas me confesó su necesidad de compartirlo, aunque fuera conmigo, una extraña que utilizaba puntualmente su servicio de transporte. Y mientras presumía su nueva condición de abuelo, me habló de su travesía hacia esta tierra; se sentía feliz por la nueva oportunidad, aunque había dejado atrás lo que más quería. Al despedirnos, me dio las gracias por haber vivido con él aquel momento trascendente. ¡Qué locura! Lo que este humilde conductor no imaginó, es que yo también le estaría muy agradecida, pues su gesto llenó el vacío que sentía aquella tarde y me hizo parte de una linda historia que relataría a su pequeño, algún día.